Creo que aún estoy en ello, la verdad, sobreviviendo a mi infertilidad, mejor dicho, a nuestra infertilidad.

¡que en este barco nos subimos dos!: mi costillo, Mr. N. y una  servidora. Yo acababa de cumplir los 29 años y siempre había dicho que quería ser madre antes de los 30, pensaba que sería «ponerse y punto», bendita inocencia. Por fin había llegado el momento. Y nos «lanzamos» de lleno a la búsqueda, llenos de ilusión pero también de todos los miedos que nos asaltaban ante semejante responsabilidad. Se acercaba mi fecha límite y estaba segurísima que iba a conseguirlo. No podía ser de otra manera. En mi familia no había habido ningún problema de fertilidad, ni me planteaba que pudiese ser yo la primera.

Sin esperarlo acabé sobreviendo a la infertilidad. Sin preparativos previos.

Mi madre, por ejemplo, me tuvo a mí con 21 años recién cumplidos, recogiéndose las trenzas para poder traerme al mundo de la manera más digna posible (no era plan tener que intuir la carita de su deseadísima primogénita entre la maraña de su rebelde melena). Sorprendentemente (y digo esto porque estaba tomándose la píldora, en la que su ginecólogo confiaba plenamente) 2 años después volvió a dejar patas arriba a más de una pobre rana. Los ecologistas asaltarían hoy en día los hospitales si se siguiesen usando como test de embarazo a estas pobres criaturas, ¡por mucho que a algunos  les puedan desagradar estos animalitos!…en fin…9 meses después nació mi hermano, en plena sala de urgencias, con mi madre aún vestida, sin convencionalismos. «El  pildorita» lo bautizó el médico.

Mi madre sigue jurando y perjurando que no se saltó ningún día la dichosa pastillita,

así que su segundo y último retoño rompió  las estadísticas de efectividad que se le atribuyen a la famosisíma píldora anticonceptiva. Pocos años después se hizo la ligadura de trompas, era eso o que mi padre sólo pudiese tocarla por prescripción médica, así de radical.

Y estas anécdotas familiares, que no le interesan a nadie más que a los protagonistas directos, las explico por un motivo muy simple. Siendo yo una calcomanía perfecta de mi madre, por lo menos en lo referente a los ciclos menstruales y con los antecedentes reproductivos de mi familia ¿cómo iba yo siquiera a imaginar que podría tener algún tipo de problema para embarazarme? eso era totalmente imposible. Ilusa de mí.

La infertilidad se tropezó conmigo y sin darme más explicaciones me atrapó entre sus garras y no quiso soltarme más.

Aún no sabemos por qué nos escogió a nosotros, simplemente «nos tocó», hubiésemos preferido una quiniela millonaria pero esto es lo que nos cayó encima y tuvimos que aprender a vivir con ello y con todo el dolor y la incomprensión que nos causaba.

Fueron 5 años muy duros. Meses de espera, pruebas, y muchos tratamientos. Demasiados. Pero por fin tanto sufrimiento tuvo su recompensa y en mi último intento, conseguí mi deseadísimo positivo. Aún miro a mi hijo y sigo sin creérmelo. Mi pequeño milagro. Porque después de tantos negativos acabé convencida de que algo pasaba dentro de mí, que mi útero, anarquista y desagradecido, había decidido rechazar cumplir su misión más importante: la de acunar y dar vida a mis anheladísimos hijos.

No hay mal que cien años dure, dicen.

Siento decir que yo no estoy muy de acuerdo, por lo menos en nuestro caso no ha sido así. Seguimos siendo una pareja infértil. Volvimos a embarcarnos en la aventura de ser padres, deseando darle un hermanito/a a nuestro pequeño pero la cruda realidad volvió a golpearnos. ¿Qué nos habíamos creído? ¿que nos habíamos «curado»? Por desgracia las cosas fáciles no van conmigo. Si hay un camino más largo y más tortuoso, ése es el que me toca siempre seguir a mí. Lo único bueno, por sacarle el lado positivo a todo, es que cuando finalmente llegas a tu destino lo disfrutas de una manera única y especial.

Ahora estoy en un momento de descanso de este duro recorrido. Observando el hermoso paisaje que me había pasado desapercibido, igual que a todos los caminantes que pasan por mi lado, recorriendo la misma senda que yo tomé antes.

No estamos solas, nunca lo hemos estado.

Unidas lucharemos. Nadie puede asegurar que todas ganemos esta batalla pero lo intentaremos con todas nuestras fuerzas y nuestra ilusión. Las penas compartidas son menos penas. Y esto sí lo creo firmemente.