Por fin nos habían dado una posible solución a nuestra infertilidad…

Y era el momento de pasar «a la acción». Para mí era impensable esperar los 3-4 meses que nos faltaban para hacer la primera inseminación por la Seguridad Social. Ya serían más de 2 años desde que decidimos ser padres y cada día se me hacía más dificil.

Las inseminaciones artificiales_por clínica privada

Como teníamos seguro médico privado (lo habíamos contratado en cuanto empezamos las pruebas por la Seguridad Social) decidimos probar mientras tanto en alguna clínica de las que tenían convenio con nuestra mutua. Ya me imaginaba llamando al hospital para decirles que no me hacía falta, que lo había conseguido. Estaba llena de ilusión y de impaciencia.

Por la privada fue bastante rápido.

Ya teníamos todas las pruebas médicas hechas así que sólo quedaba «pasar por caja». La clínica que escogimos fue una de bastante renombre en nuestra ciudad. Su departamento de Reproducción Asistida era muy conocido y aunque encontré por Internet opiniones de todos los gustos decidimos probar y confiar ciegamente en la profesionalidad del médico que nos atendió, a pesar de que tanto a mí como a Mr. N. nos pareció un tanto «charlatán», un vendedor de ilusiones que veía nuestro caso demasiado fácil.

Éste fue uno de los muchos errores que cometí en todos estos años.

Me pudo el corazón y los sentimientos. Nunca, chicas, nunca, confiéis en ningún doctor/a que no os dé «buenas palpitaciones». Os podréis equivocar, claro que sí, pero si algo falla no os lo perdonaréis a vosotras mismas. Y este sentimiento de culpa es lo último que necesitamos.

Recuerdo que la primera IAC fue con ciclo natural. Me chocó un pocó pero según el médico éramos jóvenes, mis valores hormonales eran normalísimos y sólo necesitábamos una pequeña ayudita. Nos explicó que la idea era aprovechar mi ovulación natural y mejorar en el laboratorio la calidad de la muestra de Mr. N.

Empezamos las ecografías de control y en muy pocos días ya tenía un folículo preparado. Me inyecté el desencadentante de la ovulación (Ovitrelle) y nos presentamos en la clínica, nerviosísimos, para nuestra primera (y esperábamos que la útlima) inseminación artificial.

Recuerdo que ese día no me sentí cómoda. El cuartito donde estaba la camilla era tan pequeño que casi no pude ni quitarme la ropa. En ningún momento apareció ninguna enfermera, aunque la verdad es que no hubiese ni cabido. Así que el doctor vino con la cánula y me hizo la inseminación.

Otra cosa que recuerdo fue el dolor, los fuertes pinchazos parecidos a los de la regla. Lo primero que pensé es que era muy triste que «hacer niños» no fuese un momento placentero  y sobre todo privado. Aún así pudo mi positividad y nos fuimos a casa con una sonrisa en la cara. Yo tocándome el vientre. Imaginándome a los soldaditos de Mr. N. «atacando» al ingenuo de mi ovulito. Animando a mi embrioncito a que se agarrase bien fuerte a la cunita que tenía preparada para él.

Evidentemente todo se quedó en un sueño.

Mi primer negativo de un tratamiento fue muy duro. Nos lo habían pintado tan bien que no nos pensábamos que podría fallar. A pesar de todo decidimos probar otra inseminación, no era tan fácil acertar a la primera, nos dijo el sonriente doctor.

Esta vez me mandó el Omifín. Yo volví a sorprenderme pero como una tonta, confié de nuevo en el «profesional». No hace falta ni confirmaros que fue otro negativo como una casa.

Después de estas decepciones dcidimos hacer caso de nuestro «mal presentimiento»  y esperar el par de meses que quedaban para poder hacer los tratamientos en el hospital. Mi costillo, que suele tener muy buen «olfato» para este tipo de personajes tenía claro que si seguíamos con él nos iba a hacer dar todos los rodeos posibles para ir sumando cantidades a su cuenta corriente. A pesar de mi impaciencia estuve totalmente deacuerdo con él y respirando hondo me preparé para esperar un poquito más.

Centré todas mis fuerzas y esperanzas en el hospital. En este caso por lo menos teníamos claro que no había un motivo económico para hacernos perder el tiempo, que no iban a tratarnos como a una cuenta corriente con patas. Con la seguridad de estar, esta vez sí, en buenas manos empecé a contar los días para mi regla del mes de septiembre. ¡Por una vez estaba deseando que llegase!