Después del batacazo moral que sufrimos con las 2 inseminaciones de la clínica privada

llegó el momento de empezar las inseminaciones en el hospital de Sant Pau. Era el centro que me tocaba en Barcelona por la Seguridad Social.

Según me habían explicado el primer día de regla tenía que llamar y pedir hora para la analítica y el control ecográfico. La medicación, en mi caso Puregon, me la empezaba a pinchar el segundo día, normalmente. Las analíticas empezaban a las 7 de la mañana y los controles a las 8 pero nunca sabía a qué hora me llamarían ni a que hora saldría de allí.

Para mí fue una época muy dura. Compaginar trabajo y visitas tan seguidas.

Me creó muchos problemas con algunas compañeras y claro está provocó el «mosqueo» de mi jefe. A pesar de hacer más horas para «recuperar» mis ausencias, y de no irme nunca del trabajo sin dejarlo todo listo me hicieron sentir muy mal, como si tantas visitas al médico  fuesen una excusa para «escaquearme».

Sé que mi infertilidad no está causada por el estrés ¡lo tengo clarísimo!.

Pero también estoy segurísima que fue un impedimento más para conseguir mi embarazo. Los altibajos emocionales y la ansiedad se apoderaron de mí y no conseguía salir de esta espiral de negatividad.

Como ya habréis imaginado, la primera inseminación en mi hospital fue negativa, igual que las dos siguientes. Después de la tercera inseminación negativa (siempre con un  mes de descanso después de cada una) me tocaba hacerme la laparoscopia para descartar otros problemas.

Las inseminaciones artificiales en el Hospital de Sant Pau

La laparoscopia diagnóstica es una técnica poco invasiva pero no deja de ser una intervención quirúrgica. Fue la primera vez en mi vida que me anestesiaban y entraba en un quirófano.

¡No os podéis imaginar los nervios que pasé!.

Creo que estaba tan asustada que ni pensé en lo que podrían encontrar. No voy a negar que pasé unos días dolorida. No sólo la zona del vientre sino también en el hombro. Curioso ¿verdad? pero ya me habían avisado de esta molestia debida al gas que introducen para tener más espacio para «trastear». Pero la verdad es que me alegré mucho de haberla hecho.

En cuanto desperté el médico me informó que habían encontrado y extirpado un quiste de chocolate.

Lo tenía en una zona que era imposible de detectar con las ecografías. Por este motivo siempre había pasado totalmente desapercibido. Al ver mi cara de susto me comentó que era lo único que habían visto anormal. Que seguramente se trataba de endometriosis pero que en un grado tan leve que no afectaba en absoluto a mi fertilidad.

Ya os podéis imaginar lo poco que tardé en conectarme a San Google y buscar toda la información posible sobre mi nueva enfermedad.

Con cada linea que leía me sentía cada vez más identificada con todas las mujeres que la padecían. Me dí cuenta que yo sufría la mayoría de los síntomas típicos. Como son las reglas muy dolorosas y abundantes. También los fuertes calambres entre períodos y por supuesto, la infertilidad.

Nunca había oído hablar de la endometriosis.

Y lo que es peor ningún médico me había dicho jamás que cumplía con el perfil habitual, por lo que podría padecerla. Aún no entiendo para qué nos preguntan tanto en nuestras revisiones ginecólogicas. En mi caso tengo clarísimo que era sólo una parte más del protocolo que siguen, pero que nunca le dieron ninguna importancia a lo que les relataba. La crencia de que «es normal que la regla duela» está, por desgracia, igual de extendida entre la sociedad que entre los profesionales médicos.

En mi siguiente visita al hospital volvieron a remarcarme que no me preocupase. Muchísimas mujeres tenían quistes como el que me habían encontrado a mí y ni lo sabían. Y que ni mucho menos era el motivo de no quedarme embarazada. A mí este argumento no me convenció en absoluto y sospecho que gran parte de la culpa de mi infertilidad la tiene la dichosa endometriosis. ¡Llamadme cabezona, claro que sí!

En esta visita me dijeron que teníamos derecho a 3 inseminaciones más, pero que gracias a la «limpieza» que me habían hecho en la laparoscopia confiaban que no tuviese que hacerlas todas. Me agarré a esta esperanza como un naúfrago a una tabla y como no, volví a hundirme en la tristeza y el desánimo con cada nuevo negativo.

En poco más de un año habíamos pasado un total  de 8 inseminaciones y una laparoscopia.

Y seguíamos como al principio de todo.

Mucho más desanimados y yo casi convencida de que no conseguiría nunca ser madre pero aún con fuerzas para seguir luchando, por lo menos mientras la ciencia me diese la posibilidad.

El siguiente paso era la Fecundación In Vitro (FIV). Supuestamente no había lista de espera ya que contaba desde la primera visita que tuve en el hospital, pero mientras nos repetían algunas análiticas y cuadraban fechas pasaron varios meses más.

¡No veía el momento de empezar! Investigué mucho por Internet, leí las experiencias de muchas chicas en diferentes foros y aunque sentía muchísimo miedo de sufrir un nuevo fracaso deposité todas mis esperanzas en el nuevo tratamiento. La FIV eran palabras mayores, iba «a jugar con los grandes» y esta vez no podía fallar. Pobre de mí, no sabía todo lo que me quedaba todavía por pasar.