Después del batacazo del negativo decidí confiar ciegamente en mis 3 esquimalitos…

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Empezaba así mi primera transferencia de congelados. Según las instrucciones de mi hospital debía comenzar a tomarme unas pastillas llamadas Progynova de 2 mg el segundo día de mi siguiente regla. Pasados unos días debía aumentar la dosis hasta llegar a tomar 6 diariamente.

La Progynova, por si te preguntas qué es exactamente, es uno de los nombres comerciales del Valerato de Estradiol.

Entre otras cosas se utiliza habitualmente en las transferencias de embriones congelados con ciclo sustituido (no natural). Su finalidad es la de inhibir la ovulación natural de ese ciclo y la de preparar nuestro endometrio. De esta manera se busca que sea lo más receptivo posible al embrión o embriones.

La verdad es que es un proceso muy sencillo y con poca medicación.

Así que los días previos a la transferencia los viví bastante tranquilamente. Me hicieron varios controles ecográficos para comprobar que mis ovarios estaban adecuadamente «parados» y para ver como iba creciendo mi endometrio. Cuando llegó a una medida y morfología óptimas tuve que empezar con los óvulos de progesterona. Ya antes del día previsto para la transferencia de congelados.

De nuevo tenía una fecha programada para presentarme en el hospital pero que podía ser anulada si ninguno de nuestros 3 embrioncitos descongelaba bien. Aquí sí que de golpe, volvieron los miedos y los nervios que no conseguía dominar por mucho que lo intentase.

Afortunadamente llegó el tan esperado día sin que hubiese sonado el teléfono.

De nuevo nos presentamos en el hospital con toda la ilusión y la esperanza puestas en nuestros congeladitos.

Igual que con los embriones frescos debía entrar a quirófano con la vejiga llena. Esta era casi la parte que más temía de todo el proceso, bueno, después de la ansiada entrevista con la bióloga para saber cómo habían descongelado nuestros pequeños.

Según nos informó uno no había sobrevivido a la descongelación pero los otros 2 habían comenzado a dividirse correctamente y eran «muy bonitos». Fue como quitarnos un peso de encima. Los doctores nos habían explicado que muchas veces iban mejor los congelados. Que al ser con tan poca medicación y en un ciclo diferente al de la punción nuestro cuerpo estaba más recuperado y se había preparado más naturalmente. No al 100% claro pero muchísimo más que con la transferencia en fresco. Y a esta teoría fue a la que nos aferramos Mr. N. y una servidora como a un clavo ardiendo.

Esta vez tenía que funcionar sí o sí. No quedaban más embriones para otro intento y no me veía con fuerzas para pasar por todo el proceso otra vez, en caso de ser negativo.

La transferencia de congelados en sí fue igual de incómoda que la anterior.

Por el «toqueteo» y la sensación de no poder retener el pis. Así que no disfruté como me hubiese gustado del momento en el que por la pantalla del ecógrafo vimos como nuestros embrioncitos eran introducidos en mi útero. Fue un momento mágico, indescriptible, sentía una sensación maravillosa y aterradora a la vez. Ya estaban dentro, y ahora sólo quedaba que se agarrasen bien fuerte y no dejasen de crecer. ¡Ahí es nada! ¿verdad?

Volvieron a pasarme a la sala de siempre durante un par horas antes de poder levantarme para irme a casa a «incubar» mis polluelos. Esta vez, al ser congelados me dieron hora 14 días después para hacerme la famosa «beta«, la analítica en sangre para saber si estamos o no embarazadas.

A partir de aqui, igual que la otra vez tuve la sensación de que los días no pasaban.

A pesar de continuar con mi rutina diaria la cabeza no paraba quieta casi en ningún momento. La primera semana como siempre fue la más pasable. Intentaba que el optimismo ganase a la desesperación. Me imaginaba como mínimo uno de mis embriones tan bonitos, se quedaba bien pegadito a mi endometrio. Intenté autoconvencerme de que esta vez no me haría ningún test antes de la beta, pero esta decisión me pesaba cada día más.

Así que en contra de mis deseos la mañana del día 8 post transferencia decidí hacerme uno de esos dichosos test que, como no, salió negativo.

Me dije a mí misma que no podía hundirme aún. Que era demasiado pronto y que esperaría 2 días antes de hacerme otro. Por supuesto el siguiente palito volvió a dar el mismo resultado. El que hice el día 12 también.

Imaginaos con qué ánimos me presenté el día 14 para hacerme la analítica. A pesar de estar segura de que habíamos vuelto a fallar no podía evitar aferrarme a una mínima esperanza. Podían ser falsos negativos me repetía a mí misma sin parar. Desgraciadamente el resultado fue un rotundo negativo. Menor de 2 decía el papel que me entregaron. Mis polluelos no habían ni intentado agarrarse, seguramente habían vivido muy pocas horas dentro de mí.

Me es imposible describir cómo me sentía.

Solamente podía pensar que algo fallaba dentro de mí, que el problema era exclusivamente mío y que mi útero nunca sería capaz de dar vida. Estaba completamente hundida, destrozada, sin fuerzas para nada y a pesar de saber que nos quedaba otra oportunidad por la Seguridad Social dudaba de si merecería la pena hacerla. ¿Para qué? me preguntaba. Lo único que conseguría sería sufrir otra vez de una manera tan abrumadora que dudaba que me quedasen fuerzas para volver a recuperarme de semejante dolor.

Afortunadamente, la vida hace siempre sus propis planes y la mayoría de las veces no coinciden con los que tú dabas por hecho…