Una de las situaciones más difíciles a las que nos enfrentamos las infértiles son, sin duda, los embarazos ajenos. Los de nuestro entorno personal pero también laboral.

 

Al principio de mi búsqueda, no era especialmente doloroso el enterarme de un nuevo embarazo. Simplemente me decía a mí misma: “seguro que pronto me toca a mí”. Cuando ya empecé con médicos, pruebas y tratamientos mi reacción ante los embarazos ajenos fue cambiando radicalmente.

Me sentaban realmente mal. Mejor dicho, ¡fatal!.

Al oír la noticia siempre se me encogía el corazón. Sentía además un dolor punzante en la boca del estómago que me costaba controlar. Era plenamente consciente de mis sentimientos. Me sentía abatida y avergonzada a partes iguales. Avergonzada porque sabía que debía demostrar una alegría que realmente no sentía. En mi cabeza no paraban de repetirse las mismas dolorosas preguntas: ¿Y yo para cuándo?. ¿Es que no me lo merezco también?¿Por qué yo no?.

Después del nuevo anuncio pasaba unos días hasta que iba asimilándolo. Si la embarazada no era de mi círculo más íntimo era más fácil superarlo. Sólo me tocaba “aguantar el tipo” en momentos muy puntuales. Pero otro gallo cantaba cuando me tocaba “tragarme” todo el embarazo. Por ejemplo, si era algún familiar. Por cierto, el tema cuñadas daría para otra publicación bien extensa e intensa pero ya mejor en otro momento…

A nivel familiar era muy complicado de sobrellevar, pero en el ámbito laboral no era nada fácil tampoco.

Nunca olvidaré que durante los 5 años que tardé en conseguir mi primer positivo una de mis compañeras pasó por 3 embarazos. Verla cada día, bueno más bien sus barrigones, paseándose delante de mis narices me provocaron muchísima tristeza. A veces incluso rabia. Y no me avergüenza admitirlo. Ella conocía todo lo que yo estaba pasando y que me dijese delante de todo el mundo “¡no sé cómo ha pasado!” provocó que me hirviese la sangre. Afortunadamente otra compañera le contestó enseguida que no fuese hipócrita, así tal cual. El comentario hizo que la atención se desviase de mí, y la verdad es que lo agradecí. Unos días después, otra compañera me soltó “que no sabía cómo me iba a sentar la noticia”. La frasecita me tocó las narices bien tocadas.

Pero lo peor de todo era sentirme tan sola e incomprendida. Sabía que debía aparentar una alegría que no sentía. Sin demostrar lo duro que era para mí. Que no se me notase la enorme tristeza que me embargaba. Tenía clarísimo que me tacharían de lo que no era y pensarlo dolía todavía más.

 

 

Porque siempre tuve claro que no se trataba de envidia.

De verdad que no.

La envidia tiene una connotación negativa y “fea” con la que no me sentía identificada.

Si tuviese que definirlo sería algo así como recibir un bofetón en toda la cara.

El recordatorio más cruel de lo que tanto deseaba y no tenía, y que no sabía si llegaría a conseguir algún día.

Era como si estuviese a dieta y me plantasen delante un apetitoso pastel de chocolate. Era eso. Ver de cerca algo que deseas tantísimo y no puedes tener no es que sea duro, es una broma de mal gusto de la vida. ¡No me digáis que no!.

Yo no envidiaba el embarazo de nadie.

Lo que realmente me “tocaba la peineta” era que yo no lo consiguiese, no que otras sí. Cada panza era como contemplar un cartel luminoso que dijese: “yo sí y tú no”. Una manera de recordarme a cada momento lo que más ansiaba. Un deseo que me salía de las entrañas. Una necesidad vital para mí, no podía describirlo de otra manera. Luchaba cada día contra mí misma. Intentando llevar una vida medio normal. Peleando y perdiendo la mayoría de las veces contra todos estos sentimientos tan doloroso. ¿Cómo se supone que debía sentirme cuando para las demás parecía tan fácil?.

Cuando finalmente llegó mi momento y la embarazada era yo os aseguro que seguía sentándome igual de mal al enterarme de otros embarazos. Especialmente algunos. Como los embarazos “exprés”.

Una infértil no deja de serlo ni con panza ni con el bebé en brazos. Por lo menos siempre fue así para mí. Hoy en día, cuando alguna futura mamá presume de lo fértil que es, que se “queda embarazada a la primera” tengo que obligarme a no soltarle algo. La infertilidad ha marcado mi vida durante demasiados años como para olvidarlo. Además, no puedo evitar pensar en todas las luchadoras que aún no lo han conseguido y me pregunto si alguna estará oyendo también “detalles reproductivos” que realmente no le interesan a nadie. O eso creo yo.

¿Cómo os sentís vosotras ante los embarazos ajenos? ¿Creéis realmente que sentís envidia o más bien han sido otras personas quienes os han hecho sentir como unas envidiosas? ¿Es envidia o es dolor?